Para el autor de Obra abierta, El nombre de la rosa y tantas
obras notables, el libro es uno de esos inventos, que como la cuchara o la
rueda, pertenecen a una tecnología eterna, esencialmente inmutable.
Queria dejarles este texto que encontre, y trabaje en clase de Id.Español para ver que piensan ustedes. ¿Qué creen que es mejor? ¿Un libro en fisico o cualquier tipo de tecnologia que lo sustituya para darnos exactamente la misma informacion? Más adelante, dejare mi opinion porque (aunque no creo que lo haga, no, seguramente no) no quiero que influya en sus decisiones. Asi que aqui les dejo el texto:
Días atrás, haciendo distraídamente zapping, di con un canal
donde estaban pasando una suerte de spot o de anuncio de una transmisión por
venir. Se estaba publicitando los prodigios del CD-ROM, o sea esos disquitos,
hipermediales que nos pueden dar el equivalente de toda una enciclopedia, con
colores, sonidos y posibilidades de instantáneas uniones entre tema y tema.
Como estoy haciendo alguna experiencia en este campo, y por lo tanto conocía el
argumento, lo seguía distraídamente. Hasta que, en determinado momento, oí
incluso mi nombre: se estaba diciendo que yo afirmaría que esos disquitos
sustituirían definitivamente a los libros.
Nadie, a menos que sea un paranoico, puede pretender que los
otros lean todo lo que se escribe, pero al menos puede esperar que no le hagan
decir lo contrario, especialmente si lo están usando ilícitamente, como
testimonio de alguna cosa. Es un hecho que voy repitiendo a los cuatro vientos,
que el CD-ROM no podrá sustituir al libro. O quien hizo ese texto es un cretino
o es un mentiroso. No hay otras posibilidades. En todo caso habría que haber
esterilizado a sus padres a tiempo; ahora es demasiado tarde.
Hay dos tipos de libros: los que sirven para consultar y los
que sirven para leer. Los primeros (el prototipo es la guía telefónica, pero se
extiende a los diccionarios y a las enciclopedias) ocupan demasiado lugar en la
casa, son difíciles de manejar y costosos. Ellos podrán ser sustituidos por
discos multimediales, así habrá más espacio en la casa y en las bibliotecas
para los libros que sirven para leer (que van desde la Divina Comedia hasta el
último policial).
Los libros para leer no podrán ser sustituidos por ningún
artefacto electrónico. Están hechos para ser tomados en la mano, llevarlos a la
cama, o en un barco, aun allí donde no hay pilas eléctricas, incluso donde y
cuando cualquier batería está descargada, pueden ser subrayados, soportan
marcas, señala libros, pueden dejarse caer en el piso o sobre las rodillas
cuando nos sorprende el sueño; van en el bolsillo, se ajan, asumen una
fisonomía individual según la intensidad y asiduidad de nuestras lecturas, nos
recuerdan (si se ven demasiado frescos y lisos) que todavía no los hemos
tocado; se leen poniendo la cabeza como queremos nosotros, sin imponernos una
lectura fija y tensa de la pantalla de una computadora, muy amigable en todo
excepto para las cervicales. Prueben leer toda La Divina Comedia, aunque más no
sea una hora por día, en una computadora, y después me lo cuentan.
Un libro para leer pertenece a esos milagros de una
tecnología eterna de la cual forman parte la rueda, el cuchillo, la cuchara, el
martillo, la cacerola, la bicicleta. El cuchillo fue inventado muy pronto, la
bicicleta mucho más tarde. Pero por más que los diseñadores se afanen,
modificando alguna particularidad, la esencia del cuchillo es siempre la misma.
Hay máquinas que sustituyen al martillo, pero para algunas cosas habrá que
recurrir a algo que se asemeje al primer martillo aparecido sobre la faz de la
Tierra. Podrán inventar un sistema de cambios sofisticadísimo, pero la bicicleta
sigue siendo lo que es: dos ruedas, un asiento y dos pedales. De otro modo se
llama motoneta o es otra cosa.
La humanidad ha ido adelante por siglos leyendo y
escribiendo primero sobre piedras, luego sobre tablitas, más tarde sobre
rótulos, pero era un trabajo ímprobo. Cuando descubrió que se podían enlazar
entre sí unas hojas, aun siendo manuscritas, dio un suspiro de alivio. Y no
podrá nunca renunciar a este instrumento maravilloso.
La forma del libro está determinada por nuestra anatomía.
Puede haberlos muy grandes, pero en general tienen función de documento o de
decoración: el libro estándar no debe ser más pequeño que un paquete de
cigarrillos ni más grande que el Expresso.
Depende de las dimensiones de nuestras manos, y esas -al menos por ahora- no
han cambiado.
Es cierto que la tecnología nos promete máquinas con las
cuales podríamos explorar, vía computadora, las bibliotecas de todo el mundo,
elegir los textos que nos interesan, tenerlos impresos en casa en pocos
minutos, con los caracteres que deseamos -según nuestro grado de presbiopía y
de nuestras preferencias estéticas-, mientras la propia fotocopiadora nos
acomoda las hojas y las une, de modo que cada una pueda componerse de las obras
personalizadas. ¿Y entonces? Habrán desaparecido los que componen las
tipografías, las uniones tradicionales, pero tendremos entre las manos, una vez
más, y siempre, un libro.
Por Umberto Eco
Para la nación-Milán 1995
Traducción de Antonio Alberti, La Nación.